lunes, 13 de abril de 2009

RECUPERANDO LA CONFIANZA

Es sábado. La mañana se despierta fría pero el sol anticipa que va a ser un día caluroso. Temprano se parte hacia el norte de la ciudad. Al pasar Avenida Brasil uno se entra a un ecosistema “que no es lo mismo pero es igual”. Los colores que se respiran cambian. Todo se vuelve azul y blanco que se mezcla con el rojo y negro.

Primera parada, casa de Ricardo. “El ciego” nos espera ansioso, Juana nos da unos mates, a su vez conduce el programa y cuida al nuevo integrante de la familia Vivas. Por su parte Manuel, Jesús y Jeni se alistan para ir hacia la copa “Estrella Azul”, acompañar al “viejo”, jugar con los chicos, compartir el momento y ser solidarios es la tarea que tendrán.

A las 9 de la mañana se parte. 15 minutos después se llega a casa de Vanesa.

Ahí encontramos que ya hay compañeritos que nos esperan. El resto de la cuadra, y gran parte del barrio, se encuentra en silencio. Solo se ven postigos cerrados, mujeres barriendo la vereda o lavando ropa.

La mañana se encuentra desolada, a lo lejos se escucha algo que se asemeja a una chacarera.

El agua ya se encuentra caliente, Vane prepara la leche chocolatada mientras lanza una cargada al aire, a su vez los chicos ayudan a sacar la mesa al patio y repartir los vasos. Ricardo y Leo van en busca de las facturas y biscochitos.

El resto de los compañeritos se acercan en silencio. Cuesta ganar su confianza. Existe desconfianza de ambos lados, prejuicios que la sociedad nos impone para no poder trabajar en conjunto. El sistema es en parte responsable de ese problema. Nos programa a cada uno de nosotros para ser seres individualistas, ajenos a las necesidades de los otros. Desconfiamos de lo que podemos hacer como seres sociales, nos cuesta creer que podemos y debemos ser seres solidarios, reconocernos en el otro, trabajando a su par, compartiendo experiencias, logros y fracasos.

Nos formatean para desconfiar hasta de nosotros mismo y de esa desconfianza nace la idea fatalista de que nada se puede cambiar, de que es justo que el mundo sea así de injusto. De esa forma encontramos que es una fatalidad irremediable que chicos tengan hambre, que trabajadores ganen miserias y tengan que hacer magia para llegar a fin de mes, que es más importante el lucrar con la vida de los demás que protegerla, que importa más el proteger una hectárea de soja que la vida de la tierra. Nos hacen creer que son fatalidades necesarias, imposibles de impedir, de evitar. Que está bien que el mundo sea así.

La mañana sigue su curso. Chicos y grandes entramos en sintonía, el fútbol ayuda a ello. El desayuno se hace presente, varias copas de leche para llenar la panza, mientras se habla del partido que ganó Sportivo ante Brown hace una semana y de los esfuerzos que se hacen para poder seguir al “Negro” en condición de visitante.

Llegan las 11 y los chicos se despiden. Ricardo y Vane reparten las facturas sobrantes para que pibes y pibas puedan merendar en casa. Ya se escucha cumbia en la calle, de apoco el barrio resalta sus colores característicos.

Nuevamente hemos podido escapar al formateo del sistema, aunque sea por un instante. Nuevamente demostramos que es posible transformar la realidad, que organizándonos podemos descubrir que el mundo se está haciendo, que se encuentra inacabado y por estar en esa condición puede y debe ser transformado para ser un poco menos feo.

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